🍀 Problemática y estrategias para el control de moscas en granja

Víctor Sarto i Monteys
Doctor en entomología
Universitat Autònoma de Barcelona
Imágenes cedidas por el autor

Las moscas son insectos que incluyen una gran variedad de especies y ciclos biológicos. Están presentes tanto en las instalaciones de producción animal intensiva como en lugares alejados de estas, por ejemplo allí donde el ganado pasta, lo que conlleva estrategias de control diferentes. Algunas resultan ciertamente molestas para el ganado y pueden producir estrés e inmunodepresión. También pueden ser transmisoras de enfermedades, tanto víricas (poliomielitis, tracoma, etc.) como bacterianas (shigelliosis, salmonelosis, etc.) o parasitarias (helmintos, protozoos, etc.), ya sea por picadura (algunas), por simple contacto con el ganado al portar el microorganismo en su cuerpo (patas, trompa, alas) o través de sus deyecciones y regurgitaciones. Además, en algunos casos son las propias moscas, en su fase de larva, las que producen la enfermedad. Así ocurre con las denominadas miasis, algunas facultativas otras obligadas, con larvas externas o internas al animal.

La importancia del control de las moscas

Las heces del ganado y de las aves de corral, mezcladas con la yacija de paja u otro material usado en las instalaciones de producción intensiva resultan un medio de cría excelente para muchas especies de moscas, en especial las moscas domésticas. Y lo mismo puede decirse de los montones de estiércol acumulado durante días en el exterior de las granjas, antes de ser esparcido como abono en los campos de cultivo agrícola.

Puesto que las moscas son muy prolíficas, de no existir en las granjas ningún tipo de control de sus poblaciones, estas alcanzarían niveles intolerables, tanto para los animales como para los trabajadores de la granja, así como para comunidades humanas cercanas a estas. Las moscas, en particular los múscidos, molestan al ganado especialmente durante el verano: vuelan continuamente alrededor de los animales y se posan sobre ellos para lamer o picar. La irritación y estrés resultante es incesante y aquellos dedican buena parte de su energía a defenderse de ello, lo cual afecta a su producción. Además, en el caso de múscidos picadores, como Stomoxys calcitrans (ambos sexos pican), sus secreciones salivales causan reacciones tóxicas con un efecto inmunodepresor, haciendo que el huésped sea más susceptible a las enfermedades (Kaufmann, 1996).

Además de lo anterior, a menudo las moscas portan patógenos en sus patas y cuerpos, y a veces actúan también como huéspedes intermedios para otros parásitos. Todo ello hace que puedan ser transmisoras de enfermedades de tipo vírico, bacteriano o parasitario.

Dispersión de la resistencia antibiótica desde las instalaciones ganaderas a entornos urbanos

Los antibióticos se han usado como aditivos en el pienso y en el agua de bebida del ganado y aves en instalaciones intensivas. En USA, por ejemplo, se estima que casi el 80 % de las explotaciones avícolas utilizan antibióticos en piensos (Silbergeld et al., 2008). Por otro lado, se sabe que la yacija usada en explotaciones avícolas contiene grandes cantidades de bacterias resistentes a los antibióticos y genes de resistencia asociados con el uso de antibióticos en la producción avícola (Nandi et al., 2004). Esta situación podría generalizarse para otro tipo de producciones ganaderas que usan antibióticos como aditivos.

Desde hace algún tiempo profesionales médicos alertan de que se está dando un aumento global de las bacterias resistentes a los antibióticos en entornos urbanos. ¿A qué se debe este aumento? Ya en 2005 Rahuma et al. demostraron que las moscas domésticas son vectores potenciales de bacterias patógenas multirresistentes a antibióticos en el ambiente hospitalario, incluyendo la bacteria resistente a la meticilina Staphylococcus aureus, que es responsable de varias infecciones difíciles de tratar en humanos. Además, existe una creciente preocupación de las autoridades sanitarias sobre la posible contribución del uso de antibióticos agrícolas a dicho aumento global (Levy y Marshall, 2004; Erb et al., 2007).

Pero, en el caso de entornos ganaderos ¿cómo se produciría esta dispersión ambiental de la resistencia a los antibióticos desde las granjas al entorno urbano? Desde luego las moscas, por lo comentado anteriormente y por sus conocidos hábitos migratorios a nivel local, podrían ser el principal agente dispersor. Solo había que demostrarlo. Fue en 2009 cuando Graham et al. demostraron por primera vez que las moscas domésticas participaban de hecho en esta dispersión.

En dicho estudio las bacterias multirresistentes se hallaban en granjas avícolas y las moscas podían acceder prácticamente sin restricciones tanto a la yacija interior, como a la exterior acumulada como estiércol en cobertizos al aire libre.

Ante estas evidencias debería actuarse de dos formas, que se refuerzan entre sí:

  • Una sería reducir (idealmente eliminar) los antibióticos usados en la alimentación de los animales. Esto favorecería una menor prevalencia de bacterias resistentes en entornos ganaderos.
  • La otra sería aplicar medidas destinadas a disminuir drásticamente la población de moscas en dichos entornos.

Resistencia a los insecticidas y estrategias de control de las poblaciones de moscas

Las moscas están entre las plagas más difíciles de controlar y la progresiva aparición de resistencias a los insecticidas no ayuda en esta labor. Las moscas no van a poder erradicarse, pero es una meta razonable el mantener sus poblaciones en un nivel tolerable. ¿Cómo? Lo mejor es el uso de varios métodos de forma simultánea en un programa de control integrado:

  • Con barreras físicas (pantallas) para los adultos (las moscas) que dificulten su ovoposición. Esto resulta casi imposible de implementar en granjas tradicionales.
  • Mediante larvicidas y adulticidas. Los primeros evitarán que las larvas maduren y se conviertan en moscas, importante si se tiene en cuenta que estas representan el 80 % del total de la población de moscas. Los segundos incidirán directamente sobre las moscas. Hay varios productos larvicidas/adulticidas en el mercado, pertenecientes a familias químicas diferentes, con modos de acción distintos, pero en general actúan a nivel nervioso y muscular o a nivel de las hormonas que regulan el crecimiento/desarrollo (Ishaaya y Degheele, 1998).
  • Con protocolos orientados a evitar o retrasar la aparición de resistencias a estos pesticidas.

Efectivamente, cuando se pretende utilizar insecticidas para disminuir el número de moscas en una granja deberían tomarse una serie de pasos:

  1. Realizar una sencilla prueba de resistencia colocando algunas moscas vivas de la granja sobre un sustrato que contenga el insecticida (figura 1). Va a ser útil en todos los casos exceptuando aquellos donde las moscas hayan desarrollado resistencia conductual.

Figura 1. Test de resistencia a insecticidas para moscas. De las tres bases de corcho, una se ha tratado con solución insecticida a la dosis recomendada por el fabricante. Las otras dos en dosis mitad y doble de la recomendada. También se usa un control sin tratar. Si las moscas (capturadas en la granja a tratar) fueran resistentes al insecticida sobrevivirían al ensayo y por tanto este debería ser sustituido por otro.

  1. Establecer un protocolo con tratamientos rotatorios de insecticidas pertenecientes a familias químicas (y modos de actuación) diferentes. Esto es importante para no generar resistencias directas ni cruzadas (es decir, cuando un insecticida ple, de la eficacia de los tratamientos es de la misma familia química y tiene un modo de acción similar a otro para el que las moscas ya han desarrollado resistencia). Conviene por tanto rotar el uso de insecticidas piretroides, con organofosfatos, espinosinas y neonicotinoides, y con otros nuevos que puedan aparecer. Hay que tener cuidado porque habrá granjas con moscas ya resistentes a los insecticidas más antiguos, como los piretroides y organofosfatos. Y por tanto, primero habrá que comprobarlo con las pruebas de resistencia mencionadas.
  2. Llevar un control, aunque sea simple, de la eficacia de los tratamientos realizados (figuras 2 y 3). Si después de un tratamiento no se observa una reducción sustancial de la población de moscas, es que algo va mal. Podría ser que las moscas ya fueran resistentes a este insecticida o que el tratamiento no se hubiera hecho correctamente. En estos casos deben analizarse las causas y ajustar el método de control integrado de forma inmediata.

Figura 2. Controles de la eficacia de los programas de control de moscas en granjas. Moscas muertas en pasillo lateral de porqueriza después de un tratamiento insecticida.

Figura 3. Controles de la eficacia de los programas de control de moscas en granjas. Recuento de moscas sobre cerdos, previo al tratamiento insecticida de la porqueriza.

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